divendres, de juny 23, 2006

Desigualdades protegidas

Principes y princesas no se dan ni un respiro en su actividad. Esta semana se ha comentado el ejemplo de la princesa Máxima de Holanda, que no para de obligaciones, ¡pobre!

Como casi todas las mañanas, aquélla de finales de junio también se encontraba en su amplio despacho de palacio, poniendo su rúbrica a leyes que días antes habían sido aprobadas. Así lo encontró su nieto, que se anunció tocando dos veces en la puerta abierta.

- Abuelo! Buenos días!
- Hola, cariño, ¿has venido con tu padre?
- Sí, está ahí fuera - el chico dió la vuelta a la mesa y se sentó en un brazo de la butaca de su abuelo, le besó en la mejilla y le pasó un brazo por la espalda, cariñosamente. Era ya muy alto para sus 16 años. Tomó uno de los documentos de una de las pilas de la mesa - ¿Siempre firmando, eh, abuelo?
- Ten cuidado, no desordenes los papeles. ¿Cómo ha terminado el curso, hijo?
- Muy bien, abuelo, por supuesto! - dijo orgulloso.
- Muy bien, cariño. Ya estás a un paso de la universidad, no es verdad? Vamos a tener que empezar a hablar de este tema con tu padre, hijo. ¿Tu qué prefieres? ¿Te gustaría ir a Estados Unidos, a la misma universidad que fué tu padre?
- No lo sé, abuelo - el chico ya se había levantado y paseaba distraído por la habitación, pasando los dedos por los libros de la nutrida biblioteca y leyendo sólo por encima sus títulos, la mayoría de tratados o enciclopédicos que no le despertaban el menor interés. Se giró de repente, como quién recuerda algo de pronto - Abuelo, ¿Vienes esta noche a Alemania a ver el partido con nosotros?
En ese momento entró en la habitación su padre.
- Hijo, sabes que no puede venir. Ya sabes como funciona: Nosotros no podemos viajar así como así, porque ahora lo decido - el abuelo sonreía a su nieto tras las pilas de documentos, a un lado los firmados, al otro los por firmar. Ante la cara desilusionada del chaval, intercedió:
- ¿A qué hora tomáis el avión? No tengo compromisos hasta la tarde y como imagino que vosotros tampoco los tenéis, podríamos ir a comer juntos ¿Qué te parece? - Dirigió su pregunta al chico, que recobró raudo la sonrisa.

Una comitiva de vehículos oficiales salió pasado mediodía de palacio. Tomaron la circunvalación para evitar entrar en la ciudad. Encontraron la clásica cola de los trabajadores que apuran el descanso de mediodía para conseguir comer en sus casas, pero las sirenas de la caravana y la colaboración de los agentes de tráfico que por allí se encontraban, liberaron con presteza un carril de la vía, y así, sin necesidad de aminorar ni un segundo la marcha, alcanzaron rápidamente el barrio residencial donde se encontraba su destino: Una antigua finca reconvertida en restaurante tras su adquisición por el reconocido restaurador tres estrellas Michelin quién ahora, cual retiro, había trasladado su gracia en los fogones desde su archifamoso establecimiento del centro histórico de la ciudad a este nuevo entorno que consideraba, según sus propias palabras, "más natural, refrescante e inspirador", haciendo viajar con él a una legión de seguidores de las clases más pudientes y refinadas que, pese a que el original continuaba abierto, lo habían abandonado para seguir disfrutando de las excelencias del mago de las recetas. Recientemente se había añadido un campo de pitch & put en el terreno anexo, que se consiguió recalificar desde zona verde a deportiva, logrando el punto justo de confortabilidad que requería el entorno.

Todo estuvo preparado a la llegada de los ilustres comensales. Personalmente salió a recibirles el renombrado chef y les acompañó hasta el saloncito privado que solían utilizar en sus visitas. En su camino, fueron multitud las mesas desde las cuales se levantaron personajes asiduos al papel couché para rendir saludo y reverencia al monarca y sus familiares, ante el más relajado celo adoptado por los cuerpos de seguridad nada más entrar en el restaurante.

Disfrutaron de la privacidad, de las bonitas y agradables vistas a las calles y los greens del campo y, por supuesto, de los deliciosos y elaborados platos regados por fabulosos caldos con los que fueron obsequiados, literalmente. Porque en la despedida hubo la visita requerida del genial cocinero y fue colmado de halagos y fueron recordados los maravillosos y asombrosos sabores experimentados, pero sin embargo no hubo cuenta en la mesa ni transacción alguna visible ni oculta.

A la salida se repitieron los besamanos y reconocimientos a la familia real, aunque más breve todo ello, pues ya llevaban alguna prisa. Alguien se atrevió a arrancarse en un aplauso y enseguida fue seguido por todos los demás allí presentes, incluidos los camareros.

En el exterior esperaba la hilera de coches negros. Antes de entrar en ellos el abuelo se despidió de sus hijo y nieto:
- Bueno, hijo - le dijo a este último, tomándole de los hombros - a ver si le das suerte a nuestra selección.
- ¡Claro, abuelo! Te llamaré en cada gol que marquemos - se besaron.

La comitiva de vehículos se dividió en dos: Unos tomaron el camino de vuelta por donde habían llegado y el resto cogieron en dirección contraria, hacia el aeródromo militar.