dijous, de juliol 20, 2006

Vuelo IB-3210 BCN-LCG (I)

La huelga de pilotos de Iberia provoca suspensiones de vuelos y retrasos


Elegante, informal, juvenil, impecable, como siempre destacando y atrayendo miradas, pese a haber superado por unos cuantos días su juventud, la esposa del comandante Perucho se encontraba esperando en la sala VIP de Iberia la llamada de su vuelo, con la mirada clavada en la pantalla de información. Sus hijos, niño y niña de 6 y 8 años, guapísimos, no paraban de correr y ensuciar por el suelo su ropa de marca. No se preocupaba de ellos mientras no traspasasen la puerta automática que les separaba de la terminal general, pero comenzaba a estar de nervios crispados por sufrir otro retraso. Tan familiar como su propia casa un aeropuerto para la mujer de un piloto. Marchaba unos días a visitar a su madre y que viera a los niños. Aún vivía en el pueblo, en Galicia. Miró en su reloj que ya pasaba de media hora desde que debían haber llamado para el embarque. Suspiró; al menos en la sala VIP el aire funcionaba y no tenía que estar pendiente de los niños. Así que se levantó para servirse otro Martini que tomarse en paz. Alta, buena figura, un trajeado señor de portátil abierto sobre el regazo se vió obligado a levantar la vista a su paso y aún continuó admirando su espalda y sus jeans mientras ella se servía la bebida. Le sonrió, coqueta ante lo que consideraba un cumplido, al darse la vuelta para volver a su sitio. Sus hijos se ponían de pie en un par de sofas entre chillidos, en una competición por subir más alto. Se sentó en el suyo, cruzó las piernas y se puso cómoda, tomando un sorbo de Martini y considerando la posibilidad de que la espera no fuera del todo desagradable.

La señora Perucho, alrededor de la hora en que debería estar partiendo su vuelo, prefirió pasar a la acción y se esperaba apoyada en el mostrador de la sala VIP que el personal de tierra le dieran una solución. Sus hijos se estaban poniendo de los más pesados. El hombre del portátil se había marchado sin tan sólo echarle una nueva ojeada. Comenzaba a querer salir de allí de una vez.
- Su vuelo aún se retrasara una hora más, señora Perucho, lo siento mucho. Enlazara con el horario del siguiente a La Coruña, que ya nos han informado que queda cancelado.
- ¡Por Dios! ¿No podemos hacer nada más?
- Es imposible, lo siento, no hay más vuelos. Ya le digo que el siguiente además se cancela. El suyo se retrasa y saldrá en la hora del cancelado, esperemos. Los pasajeros tendrán que distribuirse en un sólo vuelo. Por suerte hay bastantes plazas libres, me dicen.
- Esperemos.
La joven empleada había conseguido transmitir a la esposa del comandante toda la inseguridad de sus palabras. Mientras sus hijos jugaban a tirarse patatas fritas gratuitas por la cabeza, uno a cada lado de un sofa, a modo de red de tenis, se sentó con otro Martini y encendió un cigarro. Calculó por la información de la azafata que, rezaba por ello, en media hora podría estar embarcando. Esperaba que al menos ese incordio de huelga de pilotos les trajera algo de positivo y se preguntaba como el azar la había tenido que hacer coincidir con su viaje.

Pero una hora después no se había movido de la sala y las confusas indicaciones de las pantallas informativas no habían sino empeorado: Tres horas más de retraso previsto. Suerte que la chica del mostrador había sido comprensiva y la había mantenido informada evitándole perder el tiempo iendo innecesariamente hasta la puerta de embarque. Los niños jugaban a pillar, corriendo uno detrás de otro como en un circuito entre mesas y sillones. Tres horas esperando era más de lo soportable para la señora Perucho que decidió que le arreglaran los billetes para salir al día siguiente. Se marchaba a casa a descansar de ese desastre, faltaría más.

Minutos después, ya en el exterior del edificio, daba una mano a cada niño agarrándolos con fuerza hasta provocar sus quejas, mientras avanzaba por fin hasta el taxi después de una cola que le pareció interminable. Por suerte su casa estaba a dos pasos, en Gavà Mar, y sólo serían diez minutos más hasta llegar, soltar a aquellas bestiecillas y tirarse directamente en la cama a descansar. Era lo que pensaba hacer. Ojalá su marido no estuviera.

En un plis plas estaba pagando el recorrido y antes de que encontrara el monedero en su bolso, los niños ya habían saltado del taxi y se esfumaban por el jardín, a un lado de la casa, directos a la piscina de la parte posterior. No tenía espirítu para tratar de volverles a explicar el funcionamento de la alarma; que no sonara quería decir que desafortunadamente su marido se encontraba en casa. Pago al taxista y dejo las dos maletas que éste saco del maletero en medio de la calle, caminando hasta la puerta para avisar a su marido que bajara a ayudarla y las entrara él. Estaba agotada.

Una rubia agarrada con los dedos al borde de la piscina y que sacaba por encima sólo hasta la nariz, apretaba su cuerpo contra la pared bajo el agua tratando de esconder su completa desnudez, mientras intentaba convencer a dos niños guapísimos que la observaban, quietos y callados, a escasos centimetros por encima de ella:
- ¿Verdad que me podéis acercar la toalla que hay en esa tumbona? ¿no? y tú, guapísima, ¿me la traes, bonita?
El comandante Perucho, en calzoncillos y con una toalla en una mano, salía en ese momento de la casa a la carrera y gritando:
- ¡Sal de la piscina, creo que ha llegado mi mujer!...¡No, mierda, los niños! Joder, joder... - En un gesto instintivo, se cubrió la cabeza con la toalla.

dilluns, de juliol 17, 2006

Vocaciones

El Papa concluye su viaje a Valencia, donde ha defendido el modelo tradicional de familia

Ser cura de pueblo en la tranquilidad manchega, era aún a mitad de los años 90, pecualiarmente tradicional. De ello estaba seguro el padre Fernando, que llegado como estaba de Albacete, por poco que nadie pudiera considerar su vida allí como urbana, había encontrado, sin embargo, un retroceso en los hábitos, tratos y costumbres hacia su figura que durante las primeras semanas llegaron incluso a superarle. Su nonagenario antecesor había dejado vacante el puesto por causas naturales y sus tíos poseían una vasta finca y habitaban en aquel pueblo, la hermana mayor de su padre y su señor esposo. Ambos acontecimientos confluyeron de un modo u otro llevando al padre Fernando hasta aquella parroquía. Y Dios sabe que le estaba agradecido y que no cambiaba las relajadas tardes de charla en la casa de su tía, en el jardín en verano, en la biblioteca en invierno, por una mayor responsabilidad en cualquier otro sitio.

El padre Fernando se recogía en largas tardes donde, inopinadamente para el ambiente rural en el que vivía, podía sacar partido de su amplia y esmerada formación, tanto fuese en conversaciones con su tía y alguna de sus amigas pseudocultas, como instruyendo al hijo menor de aquélla, su primo hermano Manuel, junto a su mejor amigo Pedro, del que nunca se separaba y por tanto siempre hayaba en la casa. Nada que ver para el párroco aquel disfrute con el obligarse a visitar con frecuencia semanal y rutinaria el casino del pueblo. Le pesaban, desde el momento en que ponía allí los pies, no sabía si más el alcohol o más el dominó y las cartas, pero consideraba su deber hacerse cercano y que, a la vez, nadie se olvidase por falta de verle que les esperaba en la iglesia. Sólo su determinación en este menester le interrumpía la compañía de los adorables chavales, adolescentes dulces, fraternales, rectos e inteligentes, nada vulgar se les había contagiado de su entorno. Aún más; creía lleno de gozo intuir en Manuel una naciente vocación. Su primo hermano y Pedro le acompañaban desde niños, cuando sólo unos meses después de su llegada, el padre los tomara como monaguillos. Pero mientras su amigo le seguía dando la importancia del juego con el que empezaron la tarea ocho años antes, Manuel mostraba un marcado interés en todo lo que hacía y su significado, así como una devoción en el rezo que conmovían al padre.

Donde menos podemos esperar ver realizados nuestros sueños, el azar nos los pone en bandeja; y cuando los creemos alcanzados, el destino nos los puede quitar. El padre Fernando se volcó en la educación y orientación de Manuel, recibida jubiloso la aceptación por parte de la madre del muchacho, de la decisión de éste para encaminar su vida al servicio de Cristo. En un mundo basto y rural creía haber encontrado un ángel puesto a su cargo. No esperaba ningún regalo más del señor, como no esperó detrás de una puerta que mil veces había abierto sin llamar, encontrar una tarde los cuerpos reclinados y semidesnudos de Manuel y Pedro, que en su frenesí de besos ni se percataron de su presencia hasta sobresaltarse con el portazo que dejó detrás de sí.

Cuatro días esperó para volver a la casa, con la vaga excusa de rendir visita a las aldeas de su parroquía. Cuando lo hizó fue para reunirse en privado con su tía y exponerle abiertamente y sin tapujos lo que habían visto sus ojos. La lujuría contranatura, no cabe más grave pecado. No podía el padre Fernando encontrar una ofensa al Señor que desde así que despertara su fe, de jovencito, más rechazo le produjera y más condenable le pareciera. Bien lo sabía su tía, tantos alegatos junto a un café le permitían conocer bien la opinión de su sobrino. No dejó paso a emociones aunque para él iba a ser una inmensa pérdida. El desenlace de aquel horrible suceso no podía ser, en su opinión, ningún otro. Pedro fue envíado a trabajar al campo. Manuel ingresó en un internado en la capital. El padre Fernando comenzó de repente a aparentar 50 años, cuatro o cinco antes de haber llegado a esa edad.

Por más que buscó, el padre Fernando no dió en los sucesivos años con la inspiración que le animara a no fundirse en la monotonía del pueblo, confundido en el sopor con cualquier habitante sentado en la plaza mayor, con un consumidor de vino en la mesa de juego del casino, con una campana que tiñe sosa para llamar a misa. Las visitas a su tía le producían en mayor grado nostalgía que conforto, de modo que fue espaciándolas hasta llevarlas a una rutina semanal de compromiso; ya le desanimaban como el alcohol, como el dominó. El fin de semana que el Papa visitó Valencia le proporcionó algo más que la alegría que por sí mima constituía el encuentro con su Santidad; significaban aire fresco lejos de su ahora pesada y tediosa vida de cura de pueblo.

La tarde del sábado andaba entre sillas plegables dispuestas a unos cien metros del bello atrio desde donde al día siguiente seguirían la misa del Papa, casi se podría decir que se trataba de un espectacular escenario, tratando de localizar su ubicación exacta de modo que en la mañana siguiente pudiera facilitar a los feligreses que habían decidido acompañarle en el viaje desde el pueblo para aquella ocasión, el fácil acceso a sus correspondientes lugares. A su espalda oyó un hombre que le llamaba por su nombre:

- ¡Padre Fernando!

Su sorpresa al girarse y darse cuenta de quién era el sacerdote que le había llamado con voz clara y firme, alto, apuesto y con una barba perfectamente recortada , pero cuya cara era inconfundible para el párroco, fue tal, que casi se le doblan las piernas y cae llevándose por delante varias de las sillas.

- ¡Tenga cuidado, padre Fernando!
- ¡Manuel!
- ¿Cómo se encuentra padre Fernando? Acérquese al pasillo, no vaya a tropezar de nuevo - el padre caminó hacia Manuel como un autómata teledirigido - Le he estado buscando todo el día para poder ofrecerle un sitio mejor en la misa de mañana. Si se encuentra usted sentado por esta zona, sin duda he hecho bien.
- Manuel... ¿Eres sacerdote? - balbuceaba boquiabierto.
- Padre, como quizás sepa ocupo un cargo de cierta responsabilidad en la secretaría del arzobispado. Es una gran responsabilidad que me ha concedido el Señor... y el señor Arzobispo - sonrió. El padre Fernando continuaba boquiabierto sin tener ni idea de nada de lo que le estaba contando - Eso me permite, como le decía, colocarles a usted y a sus acompañantes bastante mejor, si lo desean claro. Imagino que habrán sido muchos los venidos desde el pueblo, ¿no, padre?
- Manuel... - el envejecido cura parecía paralizado por el impacto. Acertó a continuar la frase - Tu madre no me había comentado nada...
- Tampoco usted le preguntó a mi madre nada. No sienta usted recelo por su tía; ella ha sido precisamente quién me ha insistido en que le localizara y estará encantada si todos ustedes la acompañan, sentándose a su lado. - Se hizó un silencio que duró varios segundos, durante los cuáles Manuel no perdió ni un instante la sonrisa y el padre Fernando no consiguó modificar ni un milímetro su mueca desencajada - Bien, pues no se hable más. Tome estas acreditaciones y mañana diríjase según las indicaciones que vienen en cada una de ellas, para encontrar sus lugares. ¡Hasta mañana, padre!- Le tomó la mano y depositó en ella unos diez cartoncitos plastificados con una cinta para colgarlos al cuello cada uno. Luego dió media vuelta y se marchó con paso rápido. El padre Fernando vió la espalda de la figura de su primo alejarse unos quince metros antes de despertar.

- ¡Manuel! - le gritó a la vez que se afanaba a alcanzarle. El joven sacerdote se detuvó y se giró con la misma sonrisa inperenne en su cara.
- Dígame, padre.
El padre Fernando hubiera querido tomarle de los hombros, incluso darle un abrazo, pero a duras penas se sentía con fuerzas para mirarle a los ojos.
- Manuel, perdóname. - bajó los ojos.
- Padre Fernando, no se equivoque. - le habló su primo con mirada misericordiosa - De jóvenes nos dejamos llevar por el gusto y luego tenemos que pedir perdón al Señor por ello. Él trazó un camino para mí y yo espero estarlo siguiendo según me pide. Y le impusó a usted encontrarme áquella tarde. Y fíjese que si mis gustos hubieran sido distintos, verme usted con una mujer me hubiera supuesto, tan sólo, una reprimenda. Quizás me hubiera seguido llevando por el gusto y el amor terrenal y hubiera dejado el camino; habría seguido a su lado en el pueblo. Quién sabe como serían las cosas ahora, pero sin duda no estaría donde estoy.
El padre Manuel se encontraba de nuevo sin ser capaz de articular palabra, con una sensación de vergüenza provocada a partes iguales por los embarazosos recuerdos y por su manifiesta pejigatería e inopia. Manuel continuó:
- Deberé agradecerte en parte, primo, a dónde he llegado, aunque no debes darte mucha importancia. Mi madre me había pedido muchas veces, desde hacía años, que me marchara a la ciudad. En el pueblo no tenía futuro ni en una dirección ni, digamos, en otra. Que tu nos pillaras sólo fue un argumento que le faltaba a mi madre y que me obligó definitivamente a darle la razón. La verdad, siento decírtelo, pero no confiamos mucho en tu discreción dada tu aversión al tema. Fue un alivio; yo sólo permanecía allí por culpa de los placeres físicos que Dios espero me haya perdonado y de los que, cuando uno es tan joven, resulta tan díficil soltarse y renunciar. Pero no quiero escandalizarte, sé que tú no te sientes confortable hablando de ello y que afortunademente no debiste tener demasiadas tentaciones carnales en tu adolescencia. En fin, padre Fernando, no puedo entretenerme más, discúlpeme, tengo que marcharme. Nos veremos mañana. - Volvió a aparecer la cortés sonrisa de Manuel esperando la despedida por respuesta de parte del párroco antes de darle la espalda y dejarle allí. En lugar de ello se encontró con una tardía y patética confesión:
- Mis gustos no son diferentes de los tuyos, Manuel.
- Ya imagino, padre Fernando. Quede en paz y disculpe mi prisa, pero tengo aún tantas cosas que hacer.

El padre Fernando seguía, casi una hora después, sentado en la oscuridad con la mirada perdida en la inmensa sombra que ahora era el atrio, con miles de sillas vacías formando perfectas hileras delante suyo, dando forma a una platea descomunal.

dimecres, de juliol 12, 2006

Danys col·laterals a Gràcia

Okupes monten una batalla campal pel desallotjament d'una casa. Sembla que les autoritats no tenien previst que fos aquell dia a aquella hora.

La Mònica vol canviar el món. Té clar que això només ho pot fer qui lluita. Parlar per parlar, ella no és d’aquestes. La Mònica no creu en els que es queixen sense fer res. Baixa a peu per Aribau i no pensa agafar el autobús cap a la facultat, perquè aquesta tarda es fa assemblea a la casa okupada que freqüenta, a Gràcia, i no hi pensa faltar. Ella no hi viu, viu a casa dels seus pares, Aribau a dalt. Però hi va tots els cap de setmana que pot i sempre que té dies lliures, i hi col•labora tot el que pot. Camina amb una amiga cap allà, amb els llibres de dret abraçats al pit. No els ha de necessitar per res, però no volia tornar a discutir amb la mare abans de sortir de casa. Ostres, té gairebé els vint-i-un anys i com la controlen! Ja és grandeta per aquestes tontèries i la treuen tant de polleguera que opta per mirar d’evitar-se-les, encara que tingui que anar amb trampetes de nena de primària. S’endinsen en la antiga vila parlant, per anar fent boca, de com són de carques els seus pares i com no entenen que les coses no poden seguir amb tantes diferències entre uns i altres, amb els de sempre fent les normes i fent-les complir. No pensen deixar que els passi com a ells; els ha anat bé a la vida, així que ja es conformen? Imperdonable! S’ha de lluitar pels que no tenen, s’ha de donar un tomb als que manen. La Mònica ho té clar i pensa fer servir les lleis que ara aprèn en defensa, per exemple, dels que demanen un sostre assequible i sostenible.

L’assemblea comença més tard de l’hora però ja ve d’una llarga estona de converses, calentes i pujades de to. Els okupants des de fa dies que són, si fa no fa, d’acord en totes les mesures i accions que es posaren en marxar per respondre l’imminent desallotjament. Només sembla pendent de decidir la força que s’ha d’emprar, qüestió però, molt discutida entre les bateries radicals i els grupets més tebis. Però si aquesta controvèrsia ja havia de ser peluda, el que més de punta estava era la comprensió dels veïns dels carrer i del barri, que eren representats nombrosament com els havien permès els assembleats, en una mostra de la seva voluntat. Com un dels portaveus va ressaltar: “tots els ciutadans han de poder donar la seva opinió sense excepcions”. Tot això no calmava gaire els veïns, vista durant els últims dies la replega de pedres, pals, caixes i fustes, sacs de runa, plens i sense, runa solta i sacs d’altres coses, mobles, armaris, portes d’armaris, calaixos, taules i cadires, pals, contrapals, contrabarres i trossos de llits, barres i bastons, tot això recollit i portat, tant de dia com de nit sense ni vacil•lar ni amagar-se, fins a la casa. Així, van passar un parell d’hores de sentir molts arguments que confluïen sense variació en les “accions de defensa i resposta” que serien irrenunciables pels okupants, si els hi obligaven, és clar, fins que els veïns van fer cap a les seves cases amb pitjors cares i expectatives de amb les havien arribat.

La Mònica i la seva amiga van seguir molt decebudes la continuació de les disquisicions assemblearies, que s’allargaren fins més enllà de la mitjanit i derivaren irremeiablement cap a les tesis de l’enfrontament. Va ser argument de massa pes el de la veïna que, encesa, va declarar que s’havia acostat a comissaria i que feia saber que els mossos li havien dit que estaven al “tanto de tot i els estaven vigilant de prop”. En cap moment s’hi van poder fer escoltar els que votaven per opcions menys violentes de resistència, com era el parer de la Mònica. Si el desallotjament estava previst per dos dies després i, si com havia quedat provat, la policia estaria previnguda per aquell dia, les accions s’avançarien a la nit immediatament abans. Fins I tot va haver qui, amb ganes de gresca i calimotxo de benzina, va postular per posar-ho tot en marxa ja per si els mossos intervenien preventivament e imprevisiblement. Es va descartar, però, considerada aquesta circumstància gairebé unànimement per impossible.

No s’hi va acostar en els dos dies següents per la casa, no fos cas que els mals rotllos comencessin i l’enganxessin per allà el mig. No volia ni imaginar-se la cara del pare, membre de la junta del col•legi d’advocats, si hagués d’anar a buscar-la detinguda. S’hi van organitzar uns bons disturbis en la nit prevista, tal com destacaven tots els diaris el matí següent. La Mònica va defensar-los amb fermesa davant del pare mentre les notícies de televisió si recreaven en les destrosses i la indignació dels veïns, que només minvava en haver-se de repartir amb la que expressaven per la folgança policial. Però per dins no se sentia gens bé de veure algun senyor que reconeixia, treien foc pels queixals. Com aquell, de l’associació de veïns de allà a prop de la casa okupada, que molts cops els havia fins i tot donat un cop de mà, els caps de setmana quan ella i era. Explicava i ensenyava com havien xafat el seu cotxe, fet servir en un moment donat com a improvisada barricada en front les bales de goma.

El dia després, divendres al vespre, es va tornar a organitzar assemblea on s’havia quedat que s’hi aixoplugarien els desallotjats, cap a Poble Nou, millor no seguir de moment per Gràcia. La Mònica no hi va fallar, acompanyada de la seva amiga. El grup dels tebis, fora excepcions puntuals, portaven completament la iniciativa en les intervencions. Els més radicals, aquells que ja no seguien detinguts, semblaven una mica superats tot i que es feien passar per desinteressats. La moguda no havia sortit de les pàgines dels diaris i encara era tema de debat en las teles catalanes. Aquest cop si s’hi van poder deixar sentir, i la Mònica estava molt d’acord amb la seva amiga, que a més pels seus estudis de Marketing sabia bastant de que parlava encara que això van preferir no dir-ho, que fora bó demanar disculpes en alguna mena de comunicat. Un noi, de la facció guerrillera, va dir que també havia vist aquell mateix senyor del cotxe per la tele i que era un bon tio i que li havia sabut greu.

dijous, de juliol 06, 2006

Al tramvia de les 19:12

Descarrila y vuelca un vagón del metro de Valencia

En Joan cada dia agafa el tramvia a la mateixa hora, quan surt de la feina, amb preses com tothom va, amb ganes d’arribar a casa. Encara sort que no és una línia que porta molta gent I s’hi pot anar bastant bé, fins I tot asseure’s molts dies. Ja fa unes tres setmanes que la va veure per primer cop. S’hi va fixar des de l’andana I ara li fa vergonya recordar que va caminar per acostar-s’hi I poder entrar en el mateix vagó. És una noia rossa, alta I prima. Maquíssima. El dia següent, com si s’haguessin complert els desitjos d’en Joan, tornava a ser allà, esperant el tramvia a l’andana, a la mateixa hora. Tenia els ulls de color mel, expressius, la pell clara, llavis d’un rosat viu, sota un nas fi I petit, llavis contornejats com els hauria pintat un dibuixant per la seva heroïna de còmic. Des del tercer dia que va tornar a ser al mateix lloc, a la mateixa hora, que el Joan surt de la feina excitat I més content, mirant només de no fer tard per trobar-la, confiant que ella allà hi serà. La mitja melena li cau suau sobre les espatlles, suau com són les faccions del seu rostre. Ja fa tres setmanes que cada dia van junts, fent el mateix viatge. El Joan baixa abans I ella segueix. No pot deixar de fixar-se cada dia en ella, la seva roba sempre li escau. Té una molt bona figura I vesteix sport, desenfadada, però cada peça de roba és una evidència del cos que hi ha a sota. I ella no s’en amaga. Tot l’escau tant. Al principi va tenir por que ella s’adonés: Cada dia al mateix vagó I ell que la mira sense poder parar de fer-ho! Va provar d’anar per tant, algun dia, una mica més enllà. Si ho feia, intentava sempre, això sí, col•locar-se de manera que la pogués veure bé. Era una sort que aquella línia no fos mai gaire plena! Arriba la seva parada I ha de deixar-la allà. Hauria volgut saber fins on anava ella.
Potser cap al final de la segona setmana, ella era allà, esperant de peu, amb uns texans I una samarreta ajustada I curta, per sobre del melic, el Joan arribava a tota pressa, li va sembla que ella el mirava. Va continuar caminant una mica nerviós, amb el cap baix. Quan va tornar a alçar la mirada, gairebé a sobre d’ella, seguia mirant-lo, no va tenir esma de parar I en creuar-se ella el va somriure I en Joan, per sort, va saber fer el mateix. No va parar fins que se li va acabar l’estació. Quan va venir el tramvia, va haver de caminar enrera per poder-hi entrar, perquè el comboi no era tan llarg.
La noia l’havia reconegut I des d’aquell dia que es somriuen al veure’s, més endavant ella hi va afegir al somriure una salutació I el Joan, ple de goig, va fer el mateix. Cada dia amb il•lusió, el Joan espera que es ella el vegi per poder dir-li un hola amb els llavis, sense só. Ella el respon amb el seu preciós somriure. Després, s’hi està no gaire a sobre en el vagó, no fos que l’agobiés. Però ja no el preocupa excessivament. Quan baixava, ella es queda seguint camí. Li hauria agradat saber on vivia, si tenia parella. Segur que en tenia. Era tan maca. No es pot ni a imaginar com arribar a trobar la manera de preguntar-li, perquè si no hagués sigut per ella, ni tan sols s’atreviria dir-li l’hola que passa el dia sencer esperant dir-li.

L’Anna no fa gaire que ha començat en la seva nova feina. Per fi ha trobat el que buscava. Des que va sortir de la universitat que ha fet de tot. De cambrera als bars de nit té una llarga experiència I ja estava més que farta de tios que li tiren els trastos una nit sí I una altra també. No ho trobarà gens a faltar. Porta uns dies de nervis que, poquet a poquet, ja es van passant. Ben bé un mes a la feina, una ja s’hi va trobant. No és el lloc més alt és clar, ni tan sols s’hi acosta. Però ja ho sabia de sobres abans d’agafar-ho. Com diu son pare, s’ha de començar des de baix! Sense més ni més s’ha organitzat una de aquelles sortidetes, “cervesa després de la feina, qui s’hi apunta”, que tant sovint es fan a Madrid. La gent es molt jove a la oficina. L’Anna ha trobat molt bon ambient, la veritat és que està encantada. Ha pensat que hi havia d’anar, que li vindria molt bé, per integrar-se I tot això, I no se n’ha penedit gens. Ha rigut tant! Se sent satisfeta. Mira el rellotge, són gairebé les deu I tanta cervesa sense sopar pràcticament, uff! Millor marxar abans de començar a dir tonteries, que només porta dos dies I encara ho podria espatllar, ara que tot ha engegat tan bé. Tots han insistit que es quedés, està tan contenta, quins companys més macos! Encara es prou d’hora per agafar el tramvia. Quan hi arriba, tot I així, només n’hi ha un home assegut, esperant-lo. L’Anna s’hi fixa bé, perquè li sembla que no pot ser. Atrevida com és, camina a poc a poc per atansar-se I distingir-lo millor. L’home es gira I la mira amb una els ulls ben oberts, amb una expressió exagerada que l’Anna no sap llegir. Se li passa de sobte la valentia, aparta ràpida la vista. Sens dubte és el mateix noi, el que es troba cada dia. Es queda petrificada uns segons, pensant en la situació. No pot estar-la esperant. La està esperant? No s’ho pot creure. Se n’adona que està espantada. Mira cap a ell de reüll, amb els braços encreuats I el cap cap endavant, per sota dels cabells que li cauen sobre la cara. Continua assegut, no es mou. Si us plau, que no es mogui. Li sembla que fa un gest just alhora que veu passar per darrera d’ell una llum verda que s’hi acosta. En un moviment ràpid, esglaiada, dona mitja volta, para el taxi I s’hi puja d’un salt.
L’Anna ho passa malament tres, quatre dies, una setmana. Una setmana més tard, es decideix a parlar amb el seu cap, l’explica el que l’està passant, no li vol donar importància, el seu cap s’ofereix a intervenir. No, no serà necessari, l’Anna ho prefereix així, prefereix no donar-li més importància, tot I que si li fa un nus a la gola I gairebé es posa a plorar. Només demanar poder sortir un quart d’hora abans, després no, perquè té por que l’esperi. El seu cap no hi posa cap objecció I es torna a oferir per tot el que pugui ajudar-la.

El Joan va en camí de la parada del tramvia aixafat per la forta calor del principi de l’estiu, amb ganes de que arribi de seguida I fotre’s sota l’aire condicionat a tota potència. Tan se l’en fot constipar-se, s’hi pensa quedar sota un sortidor. Quan és arriba, troba una multitud a l’andana. Ho troba força estrany, és el primer que passa, la línia no va mai plena, l’agafava gent, però no tanta gent. Camina entre persones que fan cares d’estranyades, com ell, els que van acompanyats fan comentaris mig molestos mig sorpresos. “Què dius? De veritat? No m’ho crec”. Camina fent-se pas sense arribar a copsar el sentit de cap conversa, tot I cridar la seva atenció alguna que el fa mirar enrera, mentre avança entre la gent. Torna a girar el coll endavant, per no entrebancar-se I la veu. Uns metres més enllà. A la vora, gairebé amb un peu penjant en l’aire damunt la via. Para de cop. Està maquíssima com sempre, molt seria. Mirant enlloc. Amb un pantaló pirata blanc més estret quan més amunt des dels genolls, una brusa marró fosc curta, amb un cordó per lligar-la sota el pit I donar volada sota, fins la cintura, el cabell agafat en cua de cavall. Amb unes sabates obertes, deixant a la vista, sobre el buit del final de l’andana on comença l’espai de les vies, els dits dels seu peus. És maquíssima. Fa marxa enrera, segur que ella no l’ha vist, amb la mirada fixa perduda endavant. Es fa lloc vora un banc, ple a besar. Es fa amb un raconet I es recolza en el pannell de l’estació decorat amb un anunci de iogurt per veure amb uns nois del seu tamany que somriuen a tothom. Pensa com són de cruels les coses. Ja ho diuen, ja, que quan venen mal dades, no venen mai soles.

L’Anna estava fins ara nerviosa. Surtin de la feina, ja més relaxada després de tres setmanes de marxar un quart d’hora abans, potser s’havia entretingut més del compte, però no massa, no massa. Aleshores ha patit el retràs del transport públic, que des que prenia el tramvia em comptes del metro o l’autobús ja gairebé havia oblidat. I el temps se l’ha tirat a sobre. S’ha anat posant nerviosa, no ho pas oblidat. Intenta no pensar-hi, però ja és l’hora en que abans l’agafava. Va endavant, s’acosta a les vies, no deixa de mirar als dos costats, enrera, cap a tot arreu. Es situa la primera en l’escalo de l’andana, no pot anar més enllà. Li sembla que des de allí pot veure millor entre la cada cop més gent que també espera. Però aquesta mateixa gent, que s’hi agolpa ja en l’estreta plataforma l’ha tranquilitzada. N’hi ha massa gent, pensa, ni tan sols em podria trobar entre tanta gent.

Amb l’esquena recolzada en el plafó, morint-se de calor, el Joan no pot deixar de recordar aquella tarda en que a última hora, van caure en que l’informe tenia un error important. Impossible de passar-li d’aquella manera al cap per la reunió del dia següent. Tota la feina d’un parell de dies s’havia de repassar I van ser-hi ben bé tres hores fins que van ser segurs I satisfets que els números els quadraven. Passats tres quarts de deu esperava assegut en una estació deserta I va semblar-li una aparició. Caminava cap ell, no va poder evitar posar cara de sorpresa, obrir els ulls com dos plats. Anava a saludar-la quan ella es va aturar I es va girar de cop, de cara a la via. Va pensar que no l’hauria reconegut. Hauria volgut ser més espavilat, per atrevir-se a dir-li alguna cosa, no tindria una millor oportunitat. Però, és clar, no tenia nassos. Tant de bo es tornés a girar, tan de bo s’adonés que era ell. Va semblar-li que el mirava, va estar a punt d’aixecar una mà per saludar-la I, de sobte, ella va parar un taxi I va sortir volant. Els dos o tres dies següents l’havia tornat a trobar a l’hora de sempre, però ella ja no el saludava. De fet, provava d’evitar-lo I s’allunyava tot el que podia d’allà on ell era. Si arribaven a creuar-se les mirades, la d’ella era seria I freda I de seguida li fugia. El Joan va veure-ho clar, tot I semblar-li raonablement inversemblant. Ella devia haver pensat que ell la perseguia, o alguna cosa així. Esperant sota la visera que el protegia del potent sol pensava que alguna vegada hauria d’espavilar, perquè si fos més espavilat l’hauria abordada sense tenir dubtar-hi per explicar-li que les casualitats són possibles I fins I tot divertides. I ara no sentiria vergonya d’haver de sentir vergonya de que ella el veiés, del que ella es creia d’ell. Tan era així que, quatre o cinc dies després d’allò, per deixar de molestar-la I per deixar de sentir-se com un delinqüent sota els seus ulls, sempre s’entretenia a l’hora de sortir de la feina, per perdre un quart d’hora o vint minuts. O bé donava una volteta abans d’anar fins a prendre el tramvia. I aquell dia ho va fer igual, però casualitats de la vida, portava un retràs important que els havia tornat a ajuntar en l’espera, que l’havia donat al Joan veure-la un altre cop. Li va marxar un somriure irònic.
Entre aquests pensaments el Joan cau que fa realment molt que espera I que resulta prou estrany. Para l’orella en les converses que l’envolten, absort, no s’havia ni fixat que fossin tant exaltades. Parlen d’un accident. No li sembla coherent. S’acosta més per escoltar millor, camina una mica enllà per canvia de fonts. El mateix, amb més detalls. Un descarrilament. Mira cap on l’ha vista abans, però no la veu entre la gent. Allarga el coll, però res. Camina una mica en aquella direcció, acostant-se a la vora, però només veu gent I més gent. Segurament segueix allà on era, però no si vol acostar. Torna enrera entre la gent, si les coses són com diuen, no fa res allà esperant. S’alegra que d’haver sabut que ella era allà sense haver patit cap desgràcia. Només posar el peu en la Diagonal, fora de la plataforma, la veu cent metres enllà, avançant ràpida, Carles III avall.