Vuelo IB-3210 BCN-LCG (II)
La huelga de pilotos de Iberia provoca suspensiones de vuelos y retrasos
Caos en El Prat por las protestas de los trabajadores de tierra de Iberia
Con cierta sensación de inseguridad con que la tía Paca abordaba el viaje de vuelta a casa, tras haber pasado una semana visitando a su hermano y sus sobrinos, a uno de los cuales trataba sin embargo de calmar:
- Yo me subo para arriba y ya os podéis marchar. Yo me aclaro fácilmente, busco la puerta y allí me espero, que no soy tonta tampoco. Y si no, yo pregunto.
- No me quedo tranquilo, tía. Preferiría pasar contigo. Tendrían que dejar pasar.
- Qué no, qué no te preocupes, que no soy tonta; tu quédate tranquilo.
- Y encima parece que va con retraso. Mira, ahí lo pone: Retrasado - el sobrino le mostraba el gran panel de salidas y la tía Paca asentía, aunque no lograba distinguir allí más que nombres de ciudades.
- Bueno, pues me espero sentadita. Yo me voy para mi puerta y allí me espero sentadita.
Y sentadita se dispuso a esperar frente a la puerta cuya pantalla superior indicaba su vuelo de vuelta a La Coruña, en el asiento más cercano posible, que era el primero dado que la tía Paca venía con tanto tiempo que allí aún no esperaba nadie. Hacía calor; sacó del bolso su abánico. Aún notaba la inquietud que, no sabría explicar porque, le había producido superar el control de acceso a la terminal y ubicar y llegar hasta el módulo que le asignaban para el embarque. Serían los guardia civiles, o la falta de costumbre. Alcanzada la meta, a un par de metros de la puerta de cristal, se sentía estúpidamente a salvo. Miro su reloj de pulsera sin dejar de darse aire; una hora larga para la llamada. Y a esperar.
La tía Paca se había pasado los últimos veinte minutos hablando por el móvil con sus nietas en La Coruña, hasta gastar la batería y el saldo que al fin y al cabo no iba a necesitar en el avión. Las echaba de menos, aunque las fuera a ver en un rato. Cuando la carga de litio dijo basta y el display del móvil quedó gris, por fin se percartó del revuelo que se había formado frente a su puerta. Primero se preocupo por despirtarse y no haberse puesto primera en la cola, estando allí al pie. Pero enseguida vió que aquello no era una cola. Pensó si era un retraso y en su reloj comprobó sobresaltada que casi llegaba la hora de salida. No pudo evitar el susto al darse cuenta que se le había ido el santo al clieo por completo, ni diciéndose que por esa puerta no había entrado nadie al avión se le pasó. Seguro era un retraso. Levantó la vista y tuvo que leerlo tres veces para convencerse que en la pantalla decía Menorca y nada de su vuelo. El corazón le dió un salto. Miro a un lado y al otro buscando caras conocidas ¡si estaba segura que por allí no había entrado nadie! ¿Había perdido el vuelo?
Tras esperar un buen rato ante numerosos pasajeros mucho más impetuosos y decididos que ella, consiguió hacerse un hueco y entregarle su tarjeta de vuelo a uno de los chicos de la compañía aérea que aguantaban el chaparrón.
- Su vuelo ha sido cancelado. Por la huelga. En su lugar sale el anterior, pero que lleva un retraso de unas tres horas. Esta previsto el embarque por la puerta 47 y debe dirigirse rápido allí para que le puedan hacer el cambio. - le devolvió la tarjeta.
- ¿Qué cambio? - la tía sentía que aquéllo iba a superarla. Preguntó lo último que oyó.
- Deben cambiarle el vuelo, para que pueda salir en el anterior. Pero debe darse prisa.
- Bueno, tome, aquí tiene todos los papeles que me han dado - y la tía Paca trato de entregarle de nuevo su justificante de vuelo junto a su carnet de identidad.
- No, no, señora. Debe dirigirse a la puerta 47. El otro vuelo sale de allí; allí le podrán hacer el cambio. Vaya usted rápido.
La tía Paca miro a su alrededor donde apenas quedaban ya dos personas de pie informándose y el resto esperaban distraídos y relajados sentados. Penso que aquella gente debía de ir a Menorca o es que eran más despitados que ella. Desalentada preguntó:
- Disculpe, ¿dónde está la puerta 47?
- El pasillo central a la izquierda, vaya hasta casi el final y allí la encontrará. Pero dese prisa, por favor.
A la tía le hizó gracia aquel por favor del muchacho. Qué más le hubiera gustado que tener de nuevo unas piernas que andaran rápido, pero no era el caso.
Tan sólo una corta parte del trayecto lo pudo hacer descansando en las cintas automáticas. El resto de descansos, tres o cuatro, fueron en asientos del largo pasillo. En la puerta 47 una mujer mal peinada de uniforme se ocultaba tras el pequeño mostrador sentada tecleando en el ordenador. La tía apoyo los brazos con la tarjeta de embarque en la manos, el mostrador era alto para ella y le quedaron casi por encima de su cabeza. Estaba exhausta y dolorida de riñones para abajo.
- Señorita, me mira esto. ¿Aquí es para el vuelo a La Coruña, señorita?
La chica se puso de pie y sin tomar la tarjeta escudriñó lo que decía en ella.
- Uy, señora, pero el vuelo está ya completo. ¿Cómo ha tardado tanto en venir, qué no le han avisado?
A la tía Paca se le cayó el mundo encima. La chica fue muy amable y le pidió que esperara sentada mientras trataba de solucionarlo. La vió buscando en su ordenador y haciendo varias llamadas. Llegó una compañera y las dos miraron hacia la anciana con cara de preocupación. Las vió hablar por el walkie que traía la recien llegada. Finalmente la amable despeinada le dió malas noticias: No había forma de encontrarle un hueco y no quedaban más vuelos para ese día. Todo lo que podían hacer era incluirla en uno de la mañana siguiente
- ¿Quiere que le busquemos un hotel para pasar la noche?
- No, gracias, tengo familia aquí.
Se sentía aturdida y, pese a las pocas fuerzas y ganas de andar que le quedaban, prefirió encaminarse al pasillo porque le avergonzaban las miradas compasivas. Instantes después, sin haber salido del módulo, la adelantaron la azafata despeinada y la del walkie, con un hasta luego cariñoso.
La tía Paca aún se quedó sentada tres cuartos de hora más, en el pasillo del aeropuerto, después de caer en la cuenta que había terminado la batería de su móvil hablando con sus nietas y comprobar que no tenía ni idea de cual era su número ni era capaz de recordar el de casa o el de su hermano en Barcelona. Todos habían pasado a ser nombres que ella buscaba con la tecla de moverse arriba y abajo para después marcar la tecla verde de llamar. No sabía los números. ¡No había números!
Tras todo ese tiempo en que la tía Paca no dejó de ver el trajín de extraños con sus maletas, cientos de personas que parecían desenvolverse con comodidad, sintió una repentina pena al ver una pareja mayor que arrastraban su troley cogidos de la mano, sintió la misma soledad y desorientación que si se hubiera encontrado en medio de un bosque. Envidió la decisión con que esa pareja se encaminaba. ¿Dónde debía ir ella? A La Coruña, pero ¿Cómo iba a llegar? Querría no haber convencido a su hermano y su sobrino para que se marcharan al dejarla en el aeropuerto. Miró su móvil, que aún sostenía en sus manos. Si tan sólo hubiera funcionado, todo estaría ya solucionado, pero ahora, ¿cómo iba a contactar con ellos? Al ver un pasajero descansado, dormido, estirado ocupando varios asientos, casi le dió un escalofrío de pensar en pasar la noche allí. No quería ni imaginar tener que pasar la noche allí. ¿Dónde vivía su hermano? No tenía ni idea, pero se armó de valor para salir de el embrollo en que se encontraba.
Lenta pero decidida, siguió las indicaciones de salida y de vuelta a la terminal de facturación, tras pasar en la puerta de llegadas por entre una multitud apostada a la espera de familiares y entre quienes le hubiera encantado ver una cara conocida, salió a la calle para tomar un taxi. Tuvo que esperar más de cuarenta minutos hasta que le llegó su turno en la cola. Sujetándose en la barra de la barandilla que les separaba de los coches e impedía acceder a la calzada antes del final de la fila y así que nadie se colara. A ella nadie la coló, todo el mundo parecía tener prisa y los nervios a flor de piel, y soportó de pie dolorida y agotada. Todo le parecía caótico y desesperante en aquel aeropuerto de esa gran ciudad.
Al llegar su turno varios taxistas y clientes le gritaron que se diera prisa. El conductor del suyo corrió a su encuentro, le tomó la maleta y trató de ser amable:
- Deme, señora, no se preocupe, ya la cargo yo.
Se sintió agradecida por la sonrisa del taxista. Tras horas y horas, notó cierta confianza de nuevo, proyectada en aquel conductor simplemente amable. Le venía bien para explicarle al cliente que sólo podía decirle que su dirección era el campo del Barça. Sus familiares vivían allí, pero en realidad no sabía exactamente el nombre de la calle. Esperaba que al llegar recordaría el camino, aunque hasta ahí le dió vergüenza especificar y se lo guardo para ella.
Dejaron la Ronda del Mig por la Diagonal y desde allí dieron media vuelta y llegaron hasta el Camp Nou por la Maternitat. Enseguida enfilaron la Travessera de les Corts y la tía Paca reconocío aquellas calles.
- Sí, es por aquí. Creo que me puede dejar por aquí mismo.
Al bajarse del taxi, se encontraba justo en el cruce de Riera Blanca. Justo en la esquina de enfrente, un gran letrero daba la bienvenida a L'Hospitalet. Todo le sonaba y sabía que su hermano no vivía a más de cinco minutos de allí, pero no le venía la más mínima idea de la calle que debía tomar. El conductor dejó la maleta a su lado sobre la acera y volvió a montar en el coche. Antes de arrancar, le preguntó desde la ventanilla:
- ¿Seguro que sabrá encontrarlo? ¿No quiere que la lleve a otro sitio?
- No, no, seguro. No se preocupe. Y muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable.
Anduvo en las tres direcciones del cruce, Travessera arriba hacia la carretera de Collblanc, Riera Blanca abajo, Travessera atrás. Nunca se alejó demasiado; para no perder la referencia, si tras un par o tres de travesías no encontraba un camino conocido, que no lo encontró, volvía al punto original. No sabía a quien preguntar, porque no sabía que preguntar. Aún así, decidida entró en un par de bares y preguntó en la barra si conocían alguien por su apellido. Hizo soportar a sus maltrechas piernas una útima caminata por Arístides Maillol, por el lateral del campo del Barça, aunque ya había intuido desde el principio que no le llevaría a ningún sitio.
Entró en el pequeño jardín abierto tras la biblioteca pública que había justo en la esquina donde el taxista le había dejado. Se sentó en un banco. Hacía horas que sus hemanos la habían dejado en el aeropuerto sin que hubiera podido hablar con ninguno de ellos. Deseó poder tranquilizarles, estaba bien, cansada pero bien.
El taxista había llevado un trajeado inglés a un Hotel del centro y aunque perdió varias carreras en el trayecto había hecho el camino de vuelta con la luz verde apagada. No se había quedado tranquilo y se sintió mejor a pesar de haber hecho el camino en balde cuando paró en el semáforo de Travesera de les Corts con Riera Blanca y no encontró allí a la señora. Detenido en el carril izquierdo, con cierta satisfacción decidió abrir la ventanilla y encender un cigarrillo. Casi sacaba la cabeza del coche para fumar para evitar que quedara demasiado humo en el interior. Miró a un lado y justo al fondo, en un banco del jardín interior vió a aquella señora sentada.
-¿Será posible? - se gritó.
Dejó el taxi con los cutro intermitentes puestos detrás de la parada del autobús y se fue directo al jardín.
- Pero, señora, por el amor de Dios, ¿Qué hace usted aquí aún?
La tía Paca no daba crédito al ver al taxista, pero fue una gran alegría ver una cara conocida. Le explicó el rato que había pasado buscando sin éxito y que justo se disponía a tomar de nuevo un taxi de vuelta al aeropuerto, para esperar allí a sus familiares. Probablemente estarían ya allí y no quería pensar lo que se iban a preocupar no enontrándola a ella.
- ¿No les ha podido llamar aún señora? - preguntó el taxista.
- No, el teléfono está sin batería, ¿recuerda usted? - contestó la mujer sacando el móvil del bolso en su regazo.
- ¿Me permite que lo coja un momento? ¿De qué compañía es usted? Es que no sé como no se me ocurrió antes - Se lamentaba el taxista mientras tomaba el móvil de las manos de la señora.
- ¿De qué compañía soy? Pues no sé, me lo dió mi hija...
- ¡Justo! - la tía Paca vió la expresión de felicidad en el rostro del taxista mientras desmontaba el teléfono de ella y el suyo propio. Luego volvió a montar este último y extendió la mano ofreciéndoselo.
- Marque usted su código secreto.
- No tiene código, no tiene.
- Ah, es cierto - asintió el conductor mirando la pantalla encendida donde las barras de cobertura y batería marcaban el máximo. - Pues nada, ¿cómo se llama su hermano de Barcelona?
- Manuel, se llama Manuel.
El taxista volvió a tenderle el teléfono.
- Tome, está llamándole.
La tía Paca se llevó el móvil ájeno a la oreja sin decir nada. Sorprendida con todo aquello, comprobó que efectivamente, estaba dando las señales de llamada. Y unos segundos más tarde se le iluminó el rostro.
- Soy yo, Manuel...Manuel...Estoy bien, sí, me encuentro muy bien...